Análisis de la obra
Antes de hacer un análisis de la obra, se hará un breve resumen de la trama. La noche de los asesinos cuenta la historia de tres hermanos (Lalo, Cuca y Beba) que interpretan a sus padres en un juego teatral. La representación se lleva a cabo en una habitación cerrada, que puede ser interpretada como un sótano o una habitación cerrada en sí misma. Aunque el lugar varía, lo importante es el ambiente asfixiante y cohibido en el que se desarrolla el teatro de estos hermanos. Este concepto se conoce como “metateatro”, donde se presenta un teatro dentro del teatro. En la trama recreada por estos hermanos, asesinan a sus padres, lo que marca el fin de las normas y la autoridad de las figuras paternas. Cada hermano asume un nuevo rol, siendo Lalo el más autoritario. Las hermanas se enfrentan a las problemáticas ocultas que Lalo utilizaba para asustarlas. El simbolismo de la historia reside en la imaginación de los personajes y su deseo de escapar del encarcelamiento ideológico impuesto por las figuras autoritarias, que serían sus padres. La obra es sitúa en Cuba en los años cincuenta, reflejando el contexto cubano. La notable característica de la obra es el cambio de roles y el juego macabro en el que los hermanos se ven inmersos, mostrando contradicciones internas- Además, los personajes se sientes atrapados tanto psicológica como físicamente, transmitiendo la sensación de que no hay solución a sus problemas.
Con este preámbulo contextual de
la obra, damos pie al análisis de ella. Los hermanos experimentan unas
emociones que parece que no tienen fin, ya que el mismo escenario se repite una
y otra vez, lo cual aporta un gran simbolismo estructural. El juego continuo
refleja la lucha constante de los personajes ya que añade dinamismo, agilidad y
potencia a esa idea del juego en cuestión, el cual se repite de forma continua
y circular: “los hermanos están envueltos en un espiral que no terminará nunca
porque nunca llegarán a alcanzar los objetivos fundamentales que motivan su
comportamiento”
Profundizando
en los personajes, se puede dar a entender que solo varían entre víctima y
verdugo, aunque en un principio Lalo es el amenazador y Cuca y Beba las
víctimas, las chicas van ganando fuerza y perdiendo el miedo a su hermano Lalo,
sometiendo a este último. Cabe decir que, cada vez que se ejecuta la escena y
se descubre el “asesinato”, el juego empieza de nuevo:
“BEBA: (Seria de nuevo.) Está bien ahora me
toca a mí”
Observando esta escena, podemos objetar con más claridad esa simbología de la ruptura con la autoridad suprema, que serían los padres, los supuestos fallecidos. El título de la obra puede dar pie a esa oscuridad que aguarda el juego, la “noche” del título puede sugerir esa oscuridad interior por ese juego que llevan a cabo durante toda la obra: “la “noche” del título de la obra, que sugiere la oscuridad del yo profundo; el cuarto con su contenido incoherente, la obsesionante insistencia en objetos aparentemente banales, los desdoblamientos de personalidad, el juego pueril que contrasta con la edad de los jóvenes, no dejan duda sobre el nivel subconsciente y alucinante del drama” (Neglia, 1980). Asimismo, se puede entender lo que pretendía Triana: transmitir un mensaje del subconsciente, sin embargo, también se puede entender como la ruptura de Cuba con la autoridad paternal que, en aquella época, era Fidel Castro. Esto se enlaza con lo que se expuso anteriormente sobre los personajes, ese gran peso que recae sobre ellos y sus luchas, tanto entre ellos como consigo mismos. Todo esto, parece potenciado por el lenguaje simbólico porque desde el principio se prepara la acción y el escenario para la muerte, incluso de forma obsesiva, puesto que hay mucha repetición de palabras. Pero, a partir de este lenguaje también se intenta romper con la realidad porque entre más nos acercamos a lo irreal (el juego) más nos alejamos de lo real, de lo conocido. Por lo tanto, la realidad se va degradando a través del lenguaje de forma repetitiva e insistente:
“la
sala no es la sala. La sala es la cocina. El cuarto no es el cuarto. El cuarto
es el inodoro”.
En conclusión, podemos afirmar
que esta obra tiene una carga significativa, a través de los personajes, pero
también a través del simbolismo que se tiene con el espacio el cual hace
separar lo real de lo ficticio, por ello, podemos comentar que, esos dos
elementos, se unifican bajo una obra y una “metaobra” repetitiva en donde los
personajes son conscientes de dónde se encuentran y qué hacen, pero también se
puede tratar como un “metateatro” porque se reflexiona sobre el propio teatro: “ese
espacio, que carece de principio y de fin, sumerge a los personajes en un mundo
sin posibilidades, sin alternativas, pues implica un infinito retorno a aquello
que incluso carece de punto de partida” (Meléndez, 1983).
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